jueves, 29 de noviembre de 2012

Entonces decidí quedarme...


Entonces fue cuando decidí quedarme. Llevaba todo el día de arriba a abajo y cada paso que daba era una duda nueva. Había caminado por las calles más solitarias de toda la ciudad y también entre las multitudes. El cansancio me obligó a entrar a aquel lugar del que, si por mi hubiera sido, no habría salido nunca. No era un salón de fiestas a lo años 20 ni tampoco tenía el ambiente de un concierto de los Rolling pero era el sitio más especial en el que había estado jamás.
“Un café largo, por favor” le dije al camarero.
Fue entonces cuando aquel hombre de gesto taciturno se acercó a mí. Obviamente el café no está hecho para estar solo. Se notaba que estaba curtido en la barra de un bar.
-¿Perdido?- me preguntó.
Tenía la opción de mentirle pero de sobra sabía que no iba a servir de nada.
-Al igual que todos- fue la mejor respuesta que encontré.
En ese momento el sonido de la cafetera inundó el ambiente y el gesto de aquel tipejo entrometido pareció relajarse.
-¿No te parece mágico? Podría estar horas escuchando ese sonido y estoy seguro de que jamás me cansaría. Todos dicen que es un ruido estridente y molesto pero la verdad es que no saben apreciar lo que entraña. En estos tiempos que corren nadie valora ya el café.
En aquel instante me encontraba absolutamente perplejo ante esa verborrea sin sentido, estaba convencido de que aquel personaje estaba aún más loco que el propio Aníbal Lecter pero, por alguna razón que todavía desconozco, quería seguir escuchándole.
-Está claro que la vida es como un café. Cuanto más fuerte eres menos personas deciden probarte. Pero eso sí, como seas aguado irás directo por la taza del primer retrete sucio que veas. Si estás demasiado cargado quitarás el sueño a cualquier imbécil y si te prueban en exceso causas ansiedad.- Esbozó una misteriosa sonrisa al final de este extraño discurso que me descolocó aún más.
Pensé entonces que aquella espontánea palabrería había terminado pero su mirada me ordenó de forma implacable que no moviera un solo músculo. Comenzó a estudiarme sin olvidar un solo centímetro de mi cuerpo, lo cual consiguió asustarme de sobremanera. Al fin y al cabo seguía siendo un cobarde.
-Mírame- me dijo de forma imperativa. –Yo soy tan Café Gijón que no consigues replicar un ápice de lo que te estoy diciendo. Pero tú, tú eres tan agua sucia en un Mcdonald’s…
Y con esa tajante afirmación apuró su “expresso” y dedicándome una última mirada de compasión dejó el local por una puerta que parecía tan misteriosa como lo que escondía tras ella.
Aunque suene a mentira, lo que aquel hombre me dijo consiguió hacerme reflexionar. Me di cuenta de que no había sido un buen vividor y ese iba a ser el motivo de mi huida. La vida iba mucho más allá de los límites que yo le ponía. Los instantes, los detalles son los que hacen que tenga calidad.
Todo se ve con otros ojos después de unos churros y un buen chocolate caliente en San Ginés, las penas son menos penas tras un bocadillo de calamares en la Plaza Mayor y el olvido no es tan negro si va de la mano de una buena copa en Chicote. Cualquiera que me oiga pensará que estoy loco, me dije a mí mismo. Pero qué más da. Placer es llevar a tu novia a tomar una sidra y comer una empanada en Casa Mingo, placer es comer un buen cocido de tu madre en los fríos días del invierno madrileño. Felicidad es lo que da la tarta de tu mejor amigo el día de tu cumpleaños o las natillas que nadie hace como tu abuela.
Llevaba años siendo pequeño, siendo un mal vividor que se conformaba con las migas de lo que otros dejaban. Pero eso había terminado. A partir de la aparición de ese hombre en mi vida decidí convertirme en café, en buen café. Y fue entonces cuando decidí quedarme.